Columna publicada en los escombros del periódico La Catarina

miércoles, 30 de junio de 2010

Escopetas transparentes

El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible.

Oscar Wilde

Frente a la entrada de autos de la universidad, prestigiada universidad, hay una parada de autobuses en ruinas: los cristales publicitarios están rotos, el techo algo caído y en la banca, no siempre pero frecuentemente, hay un hombre que algún día amanecerá muerto. Un vagabundo que rigurosamente se echa en los escombros de la parada y pasa el día ahí, a veces dormido, a veces viendo a los también prestigiados transeúntes que evitan la mirada de su lugar, que ignoran deliberadamente su cabello graso y sus harapos oscuros, y que seguramente ignorarán ese olor a muerto cuando el tiempo llegue.

Es un acto único el de invisibilizar, y no sucede únicamente ante la inconmensurable miseria que rodea al cómodo no-espectador. Por ejemplo, entre los pasillos que conducen a las aulas, el comedor y las mesas para tomar café dentro de la universidad, se pasean los protectores del gran tesoro, de los papales preciosos, del dinero para los cajeros; se pasean ellos ostentando unas escopetas que fácilmente dejarían sin cabeza a aquél que quisiera jugarle al Robin Hood con los tamemes. Naturalmente, resulta incómodo, ofensivo y desconcertante tener presencia armada dentro de la universidad, por lo tanto los universitarios hacen con los guardianes del dinero lo mismo que con el vagabundo de la entrada, convierten sus armas y presencia invisibles, hacen una oda al acto de voltear a otro lado, desviar la mirada y desaparecer sujetos del panorama general.

A diferencia de la tristísima vida del borrachín que, insisto, pronto amanecerá muerto, la presencia armada dentro de la universidad es algo que sí puede ser modificado por la comunidad universitaria (posiblemente la vida del borrachín también, pero quién dice yo). Los límites del campus prohíben la entrada a elementos policíacos (afortunadamente), ¿por qué abrir sin queja alguna las puertas a los escopetados protectores? ¿El preciado transporte no podría ser escoltado por nuestro propio cuerpo de seguridad interno?

Lo más seguro es que este tema ni siquiera se considere pertinente o relevante en las mesas del Consejo Estudiantil, mucho menos en las de la administración. Sin embargo, es imposible negar que en el acto de voltear la mirada se permite y se asiente la sumisión, se pierde por un minuto la sensación de estar en una Universidad. O todo lo contrario, es esa presencia el gesto más sincero de una institución para la que lo más importante es lo que los armados protegen.

Evaristo Galvanduque

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