Columna publicada en los escombros del periódico La Catarina

miércoles, 30 de junio de 2010

Sombra aquí, sombra allá, persígueme, persígueme


Qué cosa tan terrible los anglicismos, pensaba cuando entré a la universidad, a la cual he procurado evitar llamar la uni. Mera desidia, supongo. Sin embargo, hubo uno al que no me resistí por la perversión que implicaba: stalker.

Por la naturaleza de escaparate que tienen los pasillos universitarios es fácil que la cautelosa y premeditada observación se convierta en un ritual de espionaje, lo cual hace ya unos años era facilitado aún más con el sistema de Intranet local, que permitía que con un solo click se desplegara la foto, nombre completo y horario de la rubia de piernas largas de la esquina o del malhadado con nextel en altavoz. De cualquier estudiante, pues.

La actividad de stalkear (que inevitablemente me hace pensar en una estocada) en ese entonces era un hermoso ir y venir entre el Voyeur y la exhibición, el perseguidor y el objeto del deseo, la mirada silenciosa y anónima, la versión universitaria más cercana al groupie y al rockstar.

El sistema, en un principio justificado como una manera de garantizar la organización para los trabajos de equipo, fue cerrado por temor a los secuestros que podría propiciar el carácter público de los horarios. En ese momento muchos perdieron a la mujer de sus sueños, pero los sueños no cesan y la pasión por observar en secreto tampoco. Por fortuna Facebook apareció al poco tiempo, pero por un momento el panorama para los vigilantes de lo cotidiano parecía sombrío en la universidad.

En cambio, durante la administración de Palou, la idea del Peeping Tom (otro irresistible anglicismo) universitario renació. Las cámaras de vigilancia, que hasta ese entonces sólo se veían resguardando equipos costosos, comenzaron a brotar por pasillos, zona habitacional y puntos de reunión. La mirilla de la puerta ahora develaba más. Detrás de la puerta se podía escuchar una respiración, se alcanzaba a ver una caprichosa sombra tras el espejo.

Luego, durante el breve y desafortunado periodo del administrador Langdon, las cámaras se instalaban de un día para otro en los lugares donde los becados hacían muestra de su inconformidad. Para ese entonces el equipo de seguridad dirigido por Kim cargaba ya con cámaras fotográficas y de video, quizá no siempre, pero como buenos amantes de la inofensiva mirada, sabían detectar el momento preciso para portarlas y sobre todo, usarlas. El problema con esto fue que los métodos se volvieron cada vez más vulgares. Un buen Voyeur sabe valorar la discreción de su empresa.

Como decía, paralelo a este proceso apareció Facebook y se popularizó descomunalmente. La ausencia del horario es difícil de extrañar cuando se puede tener acceso a las fotos de la misma rubia de piernas largas de la esquina en bikini y, oh placer, sin que ella se entere de que lo haces. Por otro lado, la vigilancia continúa en el campus; existe una habitación en la que a diario se observa a la comunidad en un enorme collage de imágenes en vivo y, oh demencia, sin que nosotros sepamos qué es lo que se hace con ellas.

Evaristo Galvanduque en colaboración con Eva Cáustica

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