Columna publicada en los escombros del periódico La Catarina

miércoles, 30 de junio de 2010

No hay nada que celebrar


Con qué motivo lanzan cohetes al aire, luces de colores que se extinguen en segundos sobre sus cabezas, estallidos volátiles contaminantes. No sólo los fanáticos religiosos locales. Aquí se celebra el periodismo universitario desempolvando una historia que se prefiere enterrada, pero desempolvar no es desenterrar, soplar no es develar. Aunque a quién le interesa develar cuando se puede celebrar un aniversario más, cuando se puede brindar por un medio que enaltece a unos cuantos, molesta a otros pero sobre todo, pasa inadvertido ante la mayoría.

Nada importa mientras se pueda festejar. Nuestros representativo nacional, por ejemplo, celebró recientemente haber goleado a un equipo que no daba más que tristeza, más tristeza aún ver el goce de cada gol anotado en los connacionales. O lo que es peor; por las carreteras, en la televisión, en las construcciones: nuestros gobernantes no dejan de recordarnos el gran evento del bicentenario que se aproxima. Bicentenario de mentiras, de abusos, de robos, de muerte, muerte y muerte. Muerte en nombre de esta gran nación que no hace más que joder a sus ciudadanos, sin pedir perdón ni permiso; muerte sangrienta y violenta para resguardar los intereses de esas poquísimas familias que en estos doscientos años no han hecho más que contar su dinero, cuentas ascendientes llenas de falaz democracia, igual de falazmente reproducida en nuestras aulas.

Que desagradables sonrisas de orgullo veo en sus festividades, en los cholultecas que cargan su virgen de madera por las calles, en la mirada tierna de la extranjera rubia que abraza a un niño pobre moreno (o pobre niño moreno) para la foto, en los militares hieráticos que disparan al cielo frente al presidente reafirmando su servil y reemplazable existencia. No se dan cuenta: no hay nada que celebrar.

No hay nada que celebrar a doscientos años de una tierra de nadie, de analfabetas violentos, de empresarios ambiciosos sin escrúpulos ni consideración, cómo se atreven a festejar en medio de decapitados, de media población miserable y de otra mitad temerosa; no hay nada que celebrar tampoco ante una academia en orgía pública con una clase política asesina, cegadora y grotescamente millonaria, con su generación de estudiantes sin juventud, sin consciencia ni miramientos para el de a lado; por qué celebrar esta carnicería de mercado que a todos rincones ha infectado, sin posibilidad de decir ‘no gracias yo no le entro’. Nada que celebrar cuando incluso los banqueros, por primera vez se dan cuenta de que han hecho mal, de que robaron de más, cuando el racismo positivo disfrazado de corrección política elige presidentes, o peor, cuando ellos se eligen solos a como de lugar, nada que celebrar con los millones de católicos que no hacen nada más que parir y rezar, sobre todo nada que celebrar en este estado retrograda, hipócrita y olvidadizo, con sus decenas de revistas de sociales, con sus familias de alcurnia, con su gobernador cínico.

No hay nada que celebrar, pero no por eso dejarán de tambalearse los jóvenes en Camino Real, no por eso dejarán de cerrar la calle para bailar en colectivo en la 6 Oriente, no por eso dejaré de aplaudirle a la muerte cada cumpleaños.


Evaristo Galvanduque

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